El bullying es una conducta repetida y sistemática de agresión física, verbal, emocional o digital, dirigida hacia un estudiante con la intención de causarle daño. Pero detrás de cada caso hay más que insultos o empujones: hay miedo, dolor, inseguridad y, muchas veces, un silencio que se mantiene por vergüenza o por falta de confianza en los adultos.
¿Qué puede hacer la escuela?
Desde el ámbito educativo, es fundamental crear una cultura escolar basada en el respeto, la inclusión y el cuidado mutuo. Algunas acciones concretas que los centros educativos pueden implementar son:
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Fomentar la educación emocional desde temprana edad, enseñando a los estudiantes a reconocer y expresar sus emociones de manera sana.
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Capacitar al personal docente y administrativo para identificar señales tempranas de acoso y saber cómo intervenir de forma segura y efectiva.
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Implementar protocolos claros de actuación frente a situaciones de bullying, con seguimiento tanto para la víctima como para el agresor.
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Crear espacios seguros de diálogo, donde los estudiantes puedan compartir sus inquietudes sin temor a ser juzgados.
No se trata solo de proteger a quien sufre, sino también de comprender qué lleva a un estudiante a ejercer violencia. Los agresores también necesitan acompañamiento emocional, límites claros y orientación para canalizar su conducta de forma positiva.
¿Y qué pueden hacer las familias?
Los padres y madres juegan un papel crucial en la prevención y abordaje del bullying. Desde casa, pueden contribuir de muchas formas:
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Estando atentos a cambios en el comportamiento de sus hijos: retraimiento, enojo constante, miedo a ir al colegio o aislamiento pueden ser señales de alerta.
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Fomentando el diálogo abierto y sin juicio, para que los niños y adolescentes se sientan escuchados y seguros al contar lo que viven.
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Educando con el ejemplo, modelando relaciones basadas en el respeto, la empatía y la resolución pacífica de conflictos.
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Trabajando junto a la escuela, sin justificar ni minimizar conductas agresivas, pero tampoco etiquetando al niño como “malo”. Tanto víctimas como agresores necesitan apoyo, límites y herramientas emocionales.
Una responsabilidad compartida
Prevenir el bullying no es tarea de uno solo: requiere el compromiso de toda la comunidad educativa. El orientador escolar y el psicólogo infantojuvenil desempeñan un rol clave, no solo en la intervención, sino también en la formación de una cultura escolar sana y protectora. Ellos insisten en que ningún niño debe enfrentar la escuela con miedo, y que todos, sin excepción, pueden aprender a relacionarse desde el respeto y la empatía.
En este 2 de mayo, más allá de mensajes simbólicos, se hace urgente actuar. El bullying no desaparece con el tiempo: se combate con presencia, educación, límites firmes y una red de apoyo sólida. Porque cada estudiante merece crecer en un entorno donde pueda ser quien es, sin temor a ser lastimado por ello.